Los 10 minutos de Felipe II
Felipe apaga el despertador con sensación de aburrimiento profundo. ¡Ahora a levantarse y a currar! Qué gran pereza. Se levanta adormilado y medio atontado y pronto se sirve un café para activarse, mientras escucha las noticias de la radio. Durante la mañana le acosan un sinfín de temas variados y su mente bota de lado a lado como una pelota. Suspira rápidamente de vez en cuando. Una compañera ha traído fruta a la oficina y le ofrece un plátano. Felipe lo rechaza casi sin darse cuenta, porque está muy ocupado. Encima, hoy parece más atontado de lo normal y también parece que hay más labores de lo habitual. Qué coñazo. Se tomará otro café. De vez en cuando nota que le tiembla un poco el ojo, cosas del estrés, a ver si de una vez por todas llega la jubilación. Por lo menos, ahora llegará a casa y le espera una comida bien sabrosa y consistente. ¡Si no fuera por esos momentitos!
En casa, cada uno cuenta sus historias del día, aunque él se concentra en comer. Come bastante rápido y encuentra placer en los sabores intensos. Después siente la pesadez de haber comido de más y la digestión le reclama. Podría tomarse otro café, pero quizás lo que necesite sea una larga siesta. Opta por la siesta, y al levantarse observa con sorpresa que ya es hora de ir a yoga. ¡Buah! Se le queda el día en nada. Y le da bastante pereza pensar en moverse de aquí para allá. Decide que mejor se va a dar un paseo y hacer algunos recados. Mientras pasea, su mente da vueltas a los distintos recados, y en el tiempo sobrante, sueña con la jubilación. Suspira con fuerza cuando ya es hora de volver a casa. Antes de cenar, pasa diez minutos en el baño porque el sistema está estreñido. Cena con cierta ansia no sabe bien por qué. Enciende la tele y se queda dando vueltas a los comentarios sobre el mundo, así desconecta un poco del día. Porque mañana viene otro igual.
Felipe II apaga el despertador con sensación de aburrimiento profundo. ¡Ahora a levantarse y a currar! Qué gran pereza. Se levanta adormilado y medio atontado y se dirige a la cocina para servirse un café. Pero hoy está especiamente atontado, así que se tropieza y cae despatarrado en medio del pasillo. Silba de alivio porque parece que no se ha roto nada, ¿será por ir a yoga? Se ríe con cierto escepticismo. Pero la realidad es que ya se ha despertado del todo, se podría considerar aplazar un poco el café, así que por una vez, ¡por una vez!, ¿igual hace caso a su profe y se toma un desayuno aéreo? Venga. Un día es un día. Y, además, con un par de minutos basta. Se pone el abrigo, acerca una silla a la ventana y se sienta a respirar. Lo primero que percibe es el aire frío de la mañana, que envuelto en su abrigo no le molesta sino que incluso le agrada, le recuerda a paseos por la montaña. La ciudad está sólo despertando, así que se escucha el sonido del aire en los árboles del parque y algún pajarillo intrépido que canta. También los motores de los coches arrancando el día, pero no le importa, él está acomodado en su ventana, que siga girando el mundo. Se propone hacer como en clase de yoga: si allí funciona, ¿por qué no aquí? Empieza a alargar un poco la expulsión y a dirigir el aire hasta el fondo. Cuesta un poco, parece que el cuerpo está adormilado, pero lo hace despacito, está bueno este aire fresco. Sigue así unas cuantas respiraciones y se regala otras más de propina. Luego deja que rebose el aire y se empiezan a abrir costillas. Vaya desayuno que se está pegando. Igual se está alargando un poco, quizás no le de tiempo a oir las noticias hoy; bueno, da igual, ya no le apetece tanto. Felipe II se permite un par de respiraciones completas más y se despereza. Mira por la ventana y se fija en que el cielo está clareando. Entonces mira al reloj: han pasado diez minutos. Se levanta como un niño tímido ante una travesura y se dispone a desayunar en sólido. Hoy no tomará café, ya está despierto y dicen que altera. Durante la mañana en el trabajo le llegan un sinfín de temas variados, pero, no sabe por qué, parece que hoy se ha levantado con buen pie y le da por no precipitarse, los va tratando un poco más ordenadamente que de costumbre. Además, con eso del desayuno aéreo, parece que se acuerda un poco más de su profesora de yoga y, en cuanto gestiona una tarea, la suelta y se desentiende. Una compañera le ofrece un plátano. Felipe para un momento y se dice: «Venga, un día es un día, y me voy a la ventana a comérmelo». Al acercarse y sentir el aire de la calle, suspira con gusto. Aunque esté algo ahumado, huele a lluvia reciente. Sin casi darse cuenta, Felipe aspira ese aroma un momento, es agradable. Se acaba el plátano y le da por mirar un momento el trajín de gente, como hormiguitas. Sin casi darse cuenta, le da por respirar profundamente un par de veces. Su diafragma parece un poco torpe, pero algo de aire extra debe de estar entrando porque siente la cabeza un poco más despejada de lo habitual. Se vuelve con determinación a su mesa, a ver qué tenemos por ahí. Tiene más fuerza de lo habitual.
Y el mediodía le sorprende. Es hora de volver a casa. No sabe muy bien por qué pero está bastante contento. Camina silbando por las calles y le da por sonreír a la gente de casa. Se sientan a comer y él va un poco más despacio de lo habitual, es interesante lo que cuenta su hijo… Al final, le sobra comida en el plato: como ha comido más lentamente, le da tiempo a sentirse lleno antes de llenarse más. No se siente tan pesado como habitualmente. Decide echarse una siesta corta, en el sofá. Al cabo de media hora aparecen su mujer y sus hijos en sus propios trajines y él se despierta de forma natural. Es pronto, pero se siente bastante recuperado. Pues vamos a dar una vuelta, sí. Parece que hoy hay tiempo. Por la tarde va a yoga y no se cansa tanto escuchando las teorías de la profe, la respiración le recuerda al aire de la mañana y la coge con gusto, se mueve en las asanas con menos esfuerzo y, si hay que hacer un esfuerzo, parece como si tuviera fuerza reservada. Se siente muy a gusto en la relajación.
Por la noche, llega a casa y va al baño en un momento. ¡Con lo que tardó ayer! ¡Ah, sí! Entre otras cosas, según su profe, con las asanas se han movido sus órganos internos. Parece que la cosa fluye. ¡Y se ha ahorrado 10 minutazos! La cena le pilla con ganas de compartir algún recuerdo con la familia. No se fija tanto en la comida, come menos. Antes de dormir, ya no le apetece tanto ver las noticias. Elige el libro de la estantería que lleva meses queriendo leer o tal vez ese documental que tenía reservado para cuando alguna vez tuviera tiempo. Cuando llega la hora de acostarse, se siente satisfecho: qué interesante lo que cuentan algunos. Al pasar por la cocina se fija en el abundante frutero y recuerda el plátano. Parece que le sentó bien, así que escoge un gran melocotón para mañana. Se va a la cama cansado pero contento. Mañana será un nuevo día. A ver si le sale bueno, como hoy.